Cuando la Universidad de las Naciones Unidas decidió abrir una sede en Barcelona, dedicada a la enseñanza superior y la investigación académica en el campo de la sociología y las migraciones, la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona propusieron una colaboración. Incluía la posibilidad de que la organización internacional utilizara un prestigioso edificio emblemático de la ciudad, un pabellón del Hospital de Sant Pau.
El mundialmente famoso local modernista tuvo que ser renovado para cumplir las normas de funcionamiento y seguridad.
El gobierno local decidió recurrir a los Fondos Europeos de Desarrollo Regional para esta inversión. Se trataba de ser extremadamente prudente y cuidadoso desde el punto de vista arquitectónico, jurídico y financiero.
Mi función consistía en apoyar la auditoría financiera y la certificación de los gastos asociados a las obras de renovación del pabellón que más tarde albergaría la Universidad de las Naciones Unidas.